Educación y trabajoSiempre tratando de provocar la continuación de la reflexión sobre los temas que van surgiendo en clase, les acerco tres textos de otros tantos intelectuales prestigiosos de nuesta época en los que se destaca la relación entre estudio y trabajo y las características del mundo social que impregnan esa relación. En efecto, la importancia adquirida por el trabajo en la sociedad industrial no tiene antecedentes. Esta importancia está relacionada con el hecho de que el trabajo es la base de la supervivencia pero también es la apoyatura para elaborar un estilo de vida. Como dice Beck, «el trabajo productivo y la profesión, en la época industrial, se han convertido en el eje de la existencia» Y agrega: «a mediados de los sesenta... la familia y la profesión eran los dos grandes ámbitos de seguridad que conservaban los hombres en la época moderna». Podríamos decirlo de este modo: el trabajo no sólo da de comer, sino que también provee de una identidad y de un reconocimiento social que funciona como un instrumento de integración y de cohesión comunitaria. Pues bien, esa imagen ya se disolvió: «al igual que la familia, la profesión ha perdido sus funciones de garantía y protección anteriores. Los hombres, al perder la profesión pierden la columna vertebral propia de las formas de vida originadas por la época industrial».
En este nuevo contexto la situación característica del hombre y de la mujer de nuestro tiempo es la vulnerabilidad. Escogí estos textos porque por su claridad nos liberan de hacer mayores comentarios:
1. «De modo que el núcleo de la cuestión social consistiría hoy en día, de nuevo, en la existencia de «inútiles para el mundo », supernumerarios, y alrededor de ellos una nebulosa de situaciones signadas por la precariedad y la incertidumbre del mañana, que atestiguan el nuevo crecimiento de la vulnerabilidad de masas. Es una paradoja, si se encaran las relaciones del hombre con el trabajo en el largo término. Se necesitaron siglos de sacrificios, sufrimiento y ejercicio de la coacción (la fuerza de la legislación y los reglamentos, las necesidades e incluso el hambre) para fijar al trabajador a su tarea, y después mantenerlo en ella con un abanico de ventajas «sociales» que caracterizaban un estatuto constitutivo de la identidad social. El edificio se agrieta precisamente en el momento en que esta «civilización del trabajo » parecía imponerse de modo definitivo bajo la hegemonía del salariado, y vuelve a actualizarse la vieja obsesión popular de tener que «vivir al día»».
Castel, Robert (1997): Las metamorfosis de la cuestión
social. Una crónica del salariado. Buenos Aires, Editorial Paidós, pág. 465
2. «La cantidad de trabajo de la sociedad industrial disminuye,y el sistema laboral se impregna de nuevos principios organizativos. El tránsito del sistema educativo al ocupacional se hace inseguro y precario; entre ambos se sitúa una zona gris de subocupación llena de riesgos...
Sin embargo, tampoco se trata de que la formación sea desdeñable. Al contrario; sin estudios cualificados el futuro profesional queda totalmente destruido. Así que empieza a aplicarse el principio de que la finalización de estudios cualificados resulta cada vez menos suficiente aunque sea siempre algo necesario a fin de alcanzar los puestos de empleo precario a que se aspira.
Pero ¿qué significa esto?... el sistema educativo ha perdido su función, públicamente controlable, de distribución de oportunidades... ...en tiempos de una sobreoferta inflacionaria de titulacionesse ha delegado al sistema ocupacional la decisión sobre estudios equivalentes.... las titulaciones otorgadas por el sistema educativo ya no son el acceso al sistema laboral, sino sólo a la sala de espera en la cual se distribuyen las llaves para las puertas de entrada al sistema laboral (aunque también según ciertos criterios y reglas de juego)...
...Quienes sólo finalizan los estudios obligatorios resultan ser unos «incultos» y se sitúan en un mercado de trabajo condenado.
El paso por la enseñanza obligatoria se convierte en una nueva vía de dirección única hacia la falta de oportunidades profesionales. Así pues, la escuela obligatoria selecciona los marginados sociales y resulta ser la escuela de quienes no tienen futuro profesional y pertenecen a los grupos sociales inferiores.
Esa nueva función negativa en relación a las oportunidades se manifiesta de modo «puro» en la enseñanza obligatoria. Se trata de un proceso muy curioso porque al elevar las exigencias formativas, la formación que se recibe en la escuela obligatoria queda degradada a una «no formación» que históricamente casi se equipara con el analfabetismo...
Con esa función marginalizadora, tanto la escuela obligatoria como la educación especial se convierten en una guardería para jóvenes que no tienen trabajo. De modo que, en su calidad de «albergue juvenil», la escuela ha quedado desplazada a un lugar intermedio entre la calle y la cárcel...
La situación en los sectores superiores del sistema educativo (facultades y escuelas universitarias) ha variado de un modo sutil y menos claro... La crisis del mercado de trabajo y de la sociedad industrial les afecta menos como pérdida de profesión que como pérdida de seguridad de encontrarse un empleo bien pagado y de prestigio... Finalizar estudios ya no asegura el porvenir; pero continúa siendo la condición previa para evitar la situación de pérdida de esperanza que amenaza. Y en esta situación de estar siempre al borde del abismo (y ya no con la zanahoria ante los ojos de terminar la carrera) se cumplen paso por paso todas las exigencias burocráticas de la formación.»
Beck, Ulrich (1998): La sociedad del riesgo. Hacia una
nueva modernidad. Barcelona, Editorial Paidós, pág. 191-195.
3. «El fenómeno que todos estos conceptos intentan aprehender y articular es la experiencia combinada de inseguridad (de nuestra posición, de nuestros derechos y medios de subsistencia), de incertidumbre (de nuestra continuidad y futura estabilidad) y de desprotección (del propio cuerpo, del propio ser y de sus extensiones: posesiones, vecindario, comunidad).
La precariedad es el signo de la condición que precede a todo lo demás... por cada nueva vacante laboral hay varios empleos que se han desvanecido y, simplemente, no hay suficiente trabajo para todos. El progreso tecnológico (en realidad, el esfuerzo de racionalización en sí mismo) augura incluso menos empleos y no más.
No hace falta demasiada imaginación para hacerse una idea de lo incierta y frágiles que se han vuelto las vidas de aquellos que han quedado fuera del mercado de trabajo precisamente a causa de ello. El punto es que, sin embargo, y por lo menos psicológicamente, todos los demás también se han visto afectados, aunque por el momento sólo sea de manera oblicua. En el mundo del desempleo estructural, nadie puede sentirse verdaderamente seguro. Los empleos seguros en empresas seguras resultan solamente nostálgicas historias de viejos. No existen tampoco habilidades ni experiencias que, una vez adquiridas, garanticen la obtención de un empleo, y en el caso de obtenerlo, éste no resulta ser duradero. Nadie puede presumir de tener una garantía razonable contra el próximo «achicamiento», «racionalización» o «reestructuración», contra los erráticos cambios de demanda del mercado y las caprichosas aunque imperiosas e ingobernables presiones de la «productividad», «competitividad» y «eficiencia». La «flexibilidad» es el eslogan del momento. Augura empleos sin seguridades inherentes, sin compromisos firmes y sin derechos futuros, ofreciendo tan sólo contratos de plazo fijo o renovables, despidos sin preaviso ni derecho a indemnización. Por lo tanto, nadie puede sentirse verdaderamente irreemplazable (ni aquellos que ya han sido excluidos ni aquellos que se deleitan en su función de excluir a los demás). Incluso los cargos más privilegiados resultan ser solamente temporarios o «hasta nuevo aviso»
Bauman, Zygmunt (2002): Modernidad Líquida. Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica